miércoles, 11 de febrero de 2009

ASAÍ, por Felisa Fernández Cabañas



A S A Í
-relato navideño-

Paseo del Empecinado. 7 de la tarde de finales de noviembre.

Salía de mi clase habitual de voluntariado. En la puerta había un hombre pidiendo —también habitual—. Me dijo algo así como “dinero para viaje”. Me desentendí y seguí adelante.

La tarde en Burgos, un día de noviembre, se convierte en noche muy deprisa. Un aire frío y húmedo me daba en la cara. Solo veía luces. Luces de coches, luces de farolas, luces de escaparates... Y en el parque sombras grandes, oscuras, una muralla enorme de árboles alineados a lo largo de la acera que me tapaba la catedral. Andaba despacio —un agudo dolor de pies me impedía acelerar— y otro dolor dentro, como si el cursor de la pantalla de un ordenador se me hubiera metido y se moviera haciendo clip en mi pecho. Y me iba abriendo diálogos y monólogos.

—“Estoy deseando llegar a casa y quitarme los zapatos”.
—“Y ese hombre, ¿tendrá casa?"

No sé por qué me volví. No pensé nada. Fue un impulso.
Todavía estaba en la puerta el hombre cogiendo algo de comida que le daban. Me quedé parada mirándole. Era joven, moreno de tez y facciones que denotaban su raza africana, de aspecto cuidado pero con retraso de aseo en ropas y piel. Rechazaba parte de la comida porque su religión le impedía comer algunos alimentos y hablaba medio dominando la lengua en la que se quería expresar. Sabiendo de antemano que le iba a proporcionar el billete, le pregunté a bocajarro:
—“¿A dónde quieres ir?”
—“A Pamplona”.

Desconocía el motivo del viaje pero me fui con él a la estación a por el pasaje para la ciudad navarra. Así empezó un paseo por la ciudad con Asaí.
No era muy agradable caminar por esas calles solitarias en una noche tan negra y tan desapacible. Fuimos por el seminario y nos adentramos en la calle de la estación por la que solo se veía algún estudiante con su macuto y su gorro.
Supe que llevaba varios días en Burgos y que ya no podía dormir en el albergue porque se le había terminado el cupo, que se quería ir a Pamplona para arreglar “los papeles” y luego a Jaén “a la aceituna”, que necesitaba ganar algún dinero para mandar a sus hijos que estaban allá, al otro lado del estrecho.
No había tren esa noche y nos fuimos a buscar un lugar para dormir donde no le exigieran documentación.

Pasamos el Carmen y la vía. La gente se arrebujaba, tapándose la boca para evitar el aire frío, pero yo no notaba nada. Me absorbía la historia de aquel hombre, una de las miles historias de los que cruzan el mar buscando la vida.
Conocí las pensiones baratas de los alrededores, en el barrio de S. Pedro y S Felices. Y vi a la gente que se hospedaba allí. Hombres silenciosos, grises, como “aplastados bajo una nube densa de cemento y vulgaridad”.
Pensaba:
—“¿Serían de la misma categoría social las posadas de Belén y harían María y José la misma peregrinación que hicimos nosotros hasta que encontramos sitio en una?”
Y seguí comparando. También este hombre era emigrante como aquella pareja. También pasaba frío, hambre, miedos, y desprecios.

Nos hicimos casi amigos. Íbamos mojándonos caminando lentamente (mis pies no me permitían mas). Cuando dije que pasaría las Navidades con la familia se emocionó:
—“¡Qué bien, con la familia!. Es lo más bonito”.
Al fin pude sacarle un vale para dormir y otro para cenar y desayunar —también en restaurantes negaron que se sentara en el comedor con los clientes y tuvimos que recorrer varios de la zona— y al día siguiente a las dos en punto estábamos otra vez en la estación a por comida y a por el billete.
Cuando llegó el tren se reanimaron sus ojos. Eso era el principio de una nueva ilusión. Se despidió con un abrazo agradecido y me pidió un teléfono o una dirección porque estaba seguro de que trabajaría y podría devolverme lo que había gastado en él.

Cuando me acuerdo de Asaí con sus ropas ajadas, sus ojos negros y esperanzados, su expresión de forastero, pero amable, cortés, agradecido y decidido a conseguir una vida digna, me vuelvo a preguntar:
— “¿No podemos hospedar a María y a José todos los días del año?”
—“¿No podemos proporcionar la ilusión de la Navidad el día que se cruza en nuestro camino un miembro cualquiera de la sagrada Familia?”
Contamos los episodios de María y José porque están lejos en el tiempo, pero no los percibimos cuando pasan a nuestro lado hoy. Y desconfiamos como desconfiaron de la sagrada pareja.

Asaí, yo también estoy tocada de la desconfianza de mi sociedad. No me fié de ti y te lo dije claro. Te proporcioné lo que necesitabas, pero no te di el dinero. Me dio miedo de que lo usaras mal.
Ojalá encuentres también tu Belén y que en tu vida se encarne Dios.

Felisa Fernández Cabañas
(Burgos, 2000)

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