miércoles, 11 de febrero de 2009

CONFIDENCIAS A UN ÁRBOL, por Fely Barrio


CONFIDENCIAS A UN ÁRBOL

El otoño como un niño vacilante da los primeros pasos. Han mermado los días, el relente se asoma por las noches anunciando su llegada. A María se le hace más largo el paseo por el parque. Siente frío y cansancio, se sienta en una piedra al sol que calienta tímido la tierra y deja volar sus pensamientos. —Pronto los árboles perderán la hoja, las aves emigrarán a climas más calidos, nos visitará la nieve, el frío calará los huesos y no podré salir a pasear.

—Abuela, abuela...
¡Era su nieto! Al oírlo, María no sintió el dolor de los huesos, se levantó rápida y caminó hacia donde venía la voz, lo llamó una y otra vez, miró en todas las direcciones sin verlo. Desanduvo despacio el camino, ahora sí sentía el dolor de los huesos y del alma, pasó la vista anhelante por los alrededores y se sentó desalentada. He oído su voz, repetía, negándose a admitir que su imaginación y los deseos que tenía de escuchar esa voz le habían jugado una mala pasada.

Aunque en invierno no podrá pasear por el bosque las hojas del calendario caerán más deprisa de lo que María quisiera. Pasará el otoño, pasará el invierno con la Navidad, llegará la primavera y vestirá con hojas nuevas a los árboles, retornarán las aves que no queden exhaustas en el camino. ¿Volverá la golondrina que tiene su nido justo encima de la ventana de su alcoba? Y, por el árbol centenario ¿seguirá fluyendo la savia? A ella le parece que cada año tiene menos hojas. Se acerca al árbol y acaricia su tronco con ternura. Hola viejo amigo, llega otro invierno, será duro para los dos y aunque ambos hemos andado mucho camino tú me sobrevivirás y será perfecto, porque tú no notarías mi ausencia, en cambio si te secaras, yo añoraría tu sombra en verano, tu tronco rugoso y cálido, tu esbelta figura a pesar de los años. Envidio el sitio que ocupas, un lugar que te pertenecerá mientras reverdezcan tus hojas, del que no te trasladaran para llevarte a otro desconocido donde no reconocerías la lluvia que te riega, el viento que mueve tus hojas, el sol que te da vida, los juegos y las risas de los niños, el rumor de la fuente, los cantos de los pájaros, ni la mano que roza tu tronco aunque sea torpe como la mía. En cambio a mí me llevarán a un lugar, tal vez bonito, donde me tratarán bien pero no será el lugar donde ha transcurrido mi vida, la lluvia, el sol, la fuente, la luna, los pájaros, no serán los mismos, no estará mi familia a la que cada vez veré menos, seguiré oyendo las voces queridas llamándome y serán fruto de mi imaginación.

¿Te conté que he visto el eclipse de sol? Mi memoria ya flaquea. Lo vi por la tele porque no tenía las gafas especiales necesarias para mirar al sol. Aunque fue un eclipse parcial me causó una impresión extraña ver que oscurecía a medio día.

Muchos días María subía al desván (su rincón mágico como ella le llamaba). Le gustaba ese lugar, recordaba las horas que pasaba allí siendo niña. En el desván cobraban vida todos sus sueños. Había un baúl con disfraces de carnaval y se disfrazaba de mil maneras: de guerrero que luchaba contra las injusticias, de Juana de Arco moderna peleando con la palabra, venía Peter Pan e iba con él al país de Nunca Jamás a derrotar a Garfio, llegaba Bamby con todos sus amigos y todos los personajes de los cuentos, hasta el ratoncito Pérez tenía en el desván los dientes que se les caían a los niños y él recogía cuando les llevaba el regalo. ¡Tenía un montón increíble! Muchas veces subía con su abuela que era la única que la comprendía a pesar de su edad, porque con sus padres no había forma de entenderse y todo porque sus dos hermanos eran unos privilegiados y ella no estaba de acuerdo. Ellos tenían que estudiar, pero ella aprender a coser, a guisar, a hacer las labores, para casarse y ser una mujer de su casa.

—Yo quiero ir a la universidad como mis hermanos, soy una persona como ellos.

—A las mujeres no les hace falta para nada ir a la universidad. Tú aprende a llevar una casa para ser una mujer como Dios manda igual que tu madre y no se hable más.

—No entiendo que por ir a la Universidad no se sea una mujer como Dios manda.

—Yo, la verdad, un hombre que te anule, que tengas que ser un reflejo de lo que él es, lo tiran en un bautizo y no me agacho a cogerlo— pensaba la niña.

—Niña pon la mesa, niña trae agua, ¿no oyes que tu hermano pide sal? Niña, niña, niña...

—Que vaya él por la sal que tiene dos piernas y dos manos como yo.

Voló una torta por el aire que no llegó a su cara porque se agachó rápida.

—Que alto está el desván, parece que le han añadido escaleras—. Cuando llegó arriba suspiró aliviada y se sentó en el rincón de siempre. Un rayo de sol entraba por la ventana, sumiéndola en una dulce soñolencia.

—María, María, abre la ventana que traigo unos cuantos dientes.

—Espera que cojo una banqueta que no llego a la ventana.

—¿Porqué no entras por la puerta?

—Porque vienen todos tus amigos a ayudarme a colocar los dientes, y a Peter Pan le gusta entrar por la ventana.

Llegó la primavera, María volvió a pasear por el bosque. Se acercó al viejo árbol y pasó su mano por el tronco ¿Como estás viejo amigo? Te he añorado mucho. ¡Que rápidos pasan los días! La Navidad ha llegado y ha pasado. No son las Navidades las fiestas que más me gustan, por un lado me producen tristeza porque siempre falta algún ser querido; en cambio vistas desde otro punto se reúne la familia y son días felices en particular para los niños. Tengo que contarte muchas cosas, pero la principal es que he visto a Peter Pan, a todos mis amigos de los cuentos y el ratoncito Pérez ha llevado un montón de dientes al desván.

Fely Barrio

No hay comentarios: