miércoles, 11 de febrero de 2009

EJERCICIO: Completar un relato de Juan José Millás... por María Gloria Lombana

Regresaba en mi coche, después de dejar a mis amigas en sus casas, conecté la radio, una voz de mujer estaba contando su historia, se notaba triste, cansada, como si la vida hubiera terminado para ella. Decía:
—... la encontré, estaba delgada, casi transparente, tenía las ropas sucias, solo sus grandes ojos verdes despedían una tenue sonrisa, nada dijo, nada pidió, pero no podía dejarla allí, y más sabiendo que fui la causante de aquél deterioro... La abracé con ternura y la llevé a mi casa, se la presenté a mi esposo, le expliqué queu era una amiga que me necesitaba, él no dijo nada... (hizo una larga pausa, mi curiosidad crecía).... la cuidé, sí, la cuidé con el amor, me dedique a ella, ya no importaba nada, estaba ahí cerca de mí, me necesitaba, la amaba, siempre la amé, pero no fui capaz de luchar contra los prejuicios de la sociedad y me escondí detrás de un matrimonio convencional... por eso, un día, después de algunos meses decidí cambiar mi vida, busqué un trabajo, alquilé un apartamento, viví mi propia vida, junto a ella... hoy recogí sus cenizas... las llevaré al cementerio... en mi casa siempre habrá una rosa... de distintos colores.... como era ella...
Se calló, no dijo nada más. Era suficiente. La vida le dio una oportunidad, ella supo aprovecharla.
No sé por que relacioné esta historia con el relato de Juan José Millás que leímos en la tertulia de Escritura Narrativa, y pensé: ¿por qué no?
María

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NOTA:
En ejercicio consistía en trabajar sobre este pequeño Articuento
de Juan José Millás, y completar la historia,
contando lo que podía haber sucedido en medio:

Escribir [I]
Hace poco, un oyente telefoneó a un programa de radio y contó que su matrimonio había empezado a naufragar el día en el que su mujer llevó a casa a una amiga anoréxica.
—¿Qué sucedió? —preguntó la locutora.
—No se lo puedo decir porque a mi esposa le gustaba mucho la radio y quizá me esté oyendo. La cuestión es que las cosas se empezaron a complicar y ahora vivimos separados.
La audiencia, a juzgar por las llamadas posteriores, se quedó muy intrigada y yo pensé que aquel hombre nos había dado una lección perfecta de cómo comenzar un relato. Las situaciones de partida son así de gratuitas, así de normales también. Y cuando digo normal no pierdo de vista desde luego el grado profundo de anormalidad que subyace en la vida cotidiana, aunque hayamos desarrollado mecanismos para no percibirla. El acierto de este hombre consistió en contar algo que estaba en la frontera de lo vulgar y lo extraño. Parece que estoy viendo la escena:
—Mira, Javier, ésta es mi amiga Rosa que como puedes ver es anoréxica y ha venido a pasar unos días con nosotros. Dormirá en el sofá cama del cuarto de estar.
—Encantado.
No es difícil imaginarse a los tres en el tresillo, viendo la tele. Rosa, muy delgada, permanece entre los dos, sin probar los aperitivos que la mujer de Javier ha puesto sobre la mesa. Javier está un poco violento, pero al mismo tiempo orgulloso de que su esposa intente ayudar a una amiga. Él mismo, sin darse cuenta, ha empezado a urdir algunos modos de obligarla a comer. Una situación normal, de gente normal: se respira una atmósfera de clase media absolutamente familiar. Javier, seguramente, es funcionario. A los tres meses, sin embargo, Javier vive solo en un apartamento y se dedica a telefonear a las emisoras de radio para contar que su matrimonio ha fracasado. Ahora estamos ya frente a una historia de terror. Sólo hay que escribir lo que ha sucedido en medio. A ver quién se anima.
———
* JUAN JOSÉ MILLÁS. (Articuentos. Alba Ed. Barcelona, 2000)


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