miércoles, 11 de febrero de 2009

POBRES POR TONTOS, por Martín Félix


POBRES POR TONTOS
(Una versión leonesa
del cuento 'Los tres deseos')


Hace ya muchos años, en la montaña leonesa y en zona de pastoreo, vivía un matrimonio de ancianos, tan pobres, que sólo tenían como medio de subsistencia una sola cabra, y vivían en una cabaña con las paredes de adobe y el techo de paja.
Tino y Tana, que así se llamaban —pues hasta en el nombre eran pobres—, contaban a los pastores que por allí se acercaban apacentando las ovejas que ellos siempre habían sido tan pobres porque no habían tenido suerte en la vida, pero sobre todo por ser tontos, o mejor dicho, porque lo habían sido de jóvenes, ya que habiendo tenido la fortuna al alcance de su mano, no supieron cogerla.
—¿Cómo fue eso?— les preguntó uno de los pastores que apacentaba sus ovejas cerca de donde ellos tenían su morada.
—Pues sí— dijo Tino, el pastor de una sola cabra —, tuvimos la fortuna al alcance de la mano, y por esta tonta la dejamos escapar.
—Por ti— dijo la anciana Tana a su marido. —Tú tuviste la culpa. Si tú no te hubieras metido habría sido mejor.
—Bueno— dijo el pastor de las ovejas, intrigado de curiosidad. —¿Podéis contarme de una vez cuál fue la historia?
—Es es el caso— dijo la anciana Tana con cierta pesadumbre —que siendo aún jóvenes, estábamos un día al pie de esa loma (y señaló una loma próxima) con la cabra y lamentándonos de nuestra extrema pobreza, cuando nos sucedió algo increíble: de repente, delante de nosotros apareció como una nube de luz brillante, muy brillante, y en el centro de esa luz vimos como un ser extraño, que yo no sabría explicar, que nos habló con una voz misteriosa, como de música: "Soy el hada de vuestra suerte", nos dijo. "Os concederé tres deseos. Sólo tres. Después desapareceré para siempre. Pedid".
—Yo, cegada por el hambre, grité: "¡Un salchichón!", y éste apareció enseguida en mis manos. "¡Ojalá se te pegue a las narices!", dijo enfurecido este tonto de mi marido. Y se pegó tan fuerte que no me dejaba respirar. "¡Que se me quite esto, que se me quite...!", grité yo. Y se me quitó, y el hada desapareció, y nunca más la hemos vuelto a ver por más que la hemos llamado...
—En verdad, que sois tontos de remate— dijo el pastor de las ovejas dirigiéndose con ellas, precipitadamente y con los ojos llenos de codicia, hacia la susodicha loma.
Martín Félix

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